Él había estado llorando. Y en medio de la melancolía dominguera le ofrezco mi boca semiabierta. Él ve mis labios y se lleva las manos a la cara. Pero su deseo está creciendo por debajo de las prendas, y lo tomo sin esperar más respuesta. Siento la presión sobre el borde dibujando un pequeño círculo. Siento que este rodeo sutil parece detener el instante del contacto tímido. La noche salpicada con estrellas y con aquella tristeza encadenada que brevemente se transforma en un camino dulce aunque ojalá mas duradero.
El acceso a la palabra evocativa como llave del alma y carnalidad suprema.
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